4 Domingo de Cuaresma Nicodemo

Homilías de cuatro minutos

Nicodemo

En el evangelio de hoy vemos a Nicodemo, un fariseo, miembro del Sanedrín de Jerusalén, de la clase dirigente, intelectual y bien educado. Un hombre que anhelaba la verdad, buscador de lo justo, humilde, y, al contrario de otros, reconoció los milagros de Jesús como venidos de Dios. Es un buen ejemplo para nosotros que vivimos en una sociedad relativista, que no valora la verdad, que promueve noticias falsas para conseguir sus propios intereses. Jesús es la verdad, y si queremos estar cerca de él, deberíamos buscar la verdad en nuestras vidas. La verdad siempre triunfa, y antes o después, aparece a la luz pública.

Nicodemo fue a ver a Jesús de noche, por miedo a los judíos. Pasó toda la noche con el Maestro. Ya nos gustaría pasar una noche con él, hablando de nuestras cosas. Pero no hace falta que nos mantengamos despiertos toda una noche, pues podemos ir a verle cuando queramos en el sagrario; nos está esperando. Nosotros, como Nicodemo, también tenemos respetos humanos y nos preocupa lo que la gente va a pensar de nosotros. Nos olvidamos de que los demás un día se van a morir, y lo que importa es lo que piensa Dios de nosotros. Un hombre que casi se murió, comentaba al recuperarse: “Antes tenía respetos humanos. Ahora los he perdido. Hablo de Dios a todo el mundo. Vi el juicio tan cerca que no me avergüenzo de nada.” Vamos a quitarnos el miedo de hablar de nuestra fe.

San Juan en su evangelio sólo nos da un resumen de esa conversación nocturna. Nos gustaría saber más, pero los evangelios nos transmiten solo unas pocas ideas. La más importante es esta declaración del amor de Dios por nosotros: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” Hemos escuchado muchas veces que Dios es Amor, pero no es fácil vivirlo o experimentarlo. No solo nos dio a su hijo, sino que se ha quedado con nosotros en la eucaristía. Cuanto más crecemos en la vida espiritual, más notamos su amor. Alguien dijo que el demonio conoce nuestro nombre, pero nos llama por nuestros pecados. Dios conoce nuestros pecados, pero nos llama por nuestro nombre. Somos sus hijos y él nos trata como si fuéramos su hijo único.

San Juan nos transmite otra idea importante de esa conversación: “Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él.” Moisés alzó la serpiente de bronce para curar a los que habían sido mordidos por las serpientes, enviadas por Dios ante su falta de fe. Dios nos dio su Hijo y lo crucificamos. Fue alzado en la cruz, no para ser curados de nuestras enfermedades físicas, sino para tener vida eterna. Necesitamos elevarlo por encima de nuestras vidas para que sea el centro y la cumbre, la raíz y la fuente de nuestra vida cristiana.

Después de la crucifixión, cuando todo el mundo había desaparecido, Nicodemo acudió a Pilatos para pedir el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Tuvo el coraje y la valentía para estar cerca de Jesús en los últimos momentos. También nosotros podemos seguir a Nicodemo para estar con Jesús en los últimos momentos de nuestras vidas.

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