Episode 449: 05 de Noviembre de 2024 - Notas de Elena - Material complementario de ES para adultos
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NOTAS DE ELENA
Material complementario de la escuela Sabática para adultos
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: Californica, USA
Una cortesía de DR'Ministries y Canaan Seventh-Day Adventist Church
MARTES, 05 DE NOVIEMBRE
ACEPTACIÓN Y RECHAZO
Los judíos estaban por celebrar la Pascua en Jerusalén, en conmemoración de la noche en que Israel había sido librado, cuando el ángel destructor hirió los hogares de Egipto. En el cordero pascual, Dios deseaba que ellos viesen el Cordero de Dios, y que por este símbolo recibiesen a Aquel que se daba a sí mismo para la vida del mundo. Pero los judíos habían llegado a dar toda la importancia al símbolo, mientras que pasaban por alto su significado. No discernían el cuerpo del Señor. La misma verdad que estaba simbolizada en la ceremonia pascual, estaba enseñada en las palabras de Cristo. Pero no la discernían tampoco.
Entonces los rabinos exclamaron airadamente: "¿Cómo puede este darnos su carne a comer?" Afectaron comprender sus palabras en el mismo sentido literal que Nicodemo cuando preguntó: "¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?" Juan 3:4. Hasta cierto punto comprendían lo que Jesús quería decir, pero no querían reconocerlo. Torciendo sus palabras, esperaban crear prejuicios contra él en la gente.
Cristo no suavizó su representación simbólica. Reiteró la verdad con lenguaje aun más fuerte: "De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él" (El Deseado de todas las gentes, pp. 352, 353).
Cristo había pronunciado una verdad sagrada y eterna acerca de la relación entre él y sus seguidores. Él conocía el carácter de los que aseveraban ser discípulos suyos, y sus palabras probaron su fe. Declaró que habían de creer y obrar según su enseñanza. Todos los que le recibían debían participar de su naturaleza y ser conformados según su carácter. Esto entrañaba renunciar a sus ambiciones más caras. Requería la completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran llamados a ser abnegados, mansos y humildes de corazón. Debían andar en la senda estrecha recorrida por el Hombre del Calvario, si querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo.
La prueba era demasiado grande. El entusiasmo de aquellos que habían procurado tomarle por fuerza y hacerle rey se enfrió. Este discurso pronunciado en la sinagoga —declararon— les había abierto los ojos. Ahora estaban desengañados. Para ellos, las palabras de él eran una confesión directa de que no era el Mesías, y de que no se habían de obtener recompensas terrenales por estar en relación con él. Habían dado la bienvenida a su poder de obrar milagros; estaban ávidos de verse libres de la enfermedad y el sufrimiento; pero no podían simpatizar con su vida de sacrificio propio. No les interesaba el misterioso reino espiritual del cual les hablaba. Los que no eran sinceros, los egoístas, que le habían buscado, no le deseaban más. Si no quería consagrar su poder e influencia a obtener su libertad de los romanos, no querían tener nada que ver con él (El Deseado de todas las gentes, p. 355, 356).
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